Pintura natural misional

Al día siguiente, las sorpresas comenzaron bien temprano, mientras desayunábamos se acercó a nuestra mesa doña Ana Soriocó, una anciana chiquitana de 91 años que nos relató en Bésiro, con la ayuda de un traductor, su infancia y su juventud. “Recuerdo el día cuando llegó a nuestra casa una pareja acompañada de su hijo y entonces mi padre me mandó llamar y me dijo: …te tenés que casar. Entonces mi corazón comenzó a sonar toc-toc-toc…yo tenia trece años”. “Gracias a Dios mi marido me salió bueno. Uno se casa para cuidarlo al hombre. Tuvimos cinco hijos”, recuerda doña Ana, y finaliza diciendo: “Hoy en día las parejas se juntan en las oscuranas, y recién se casan cuando están aventadas”.

Luego del desayuno, nos dirigimos hacia uno de los Centros Artesanales. Allí pasamos el resto de la mañana aprendiendo varios oficios: desde hacer collares con semillas que acabamos de cosechar, manillas hiladas al mejor estilo lomeriano, hasta pintar cuadros con pintura natural misional, tal como lo hacían hace 300 años atrás. Previamente habíamos visitado el área de donde se extraen las piedras de diferentes colores. Don Gerardo Chuvé quien tiene la experiencia de haber pintado más de 20 casas con motivos locales y misionales en San Antonio de Lomerío, fue el encargado de enseñarnos ésta arte centenaria. Molimos la piedra hasta convertirla en arena fina y la mezclamos con una resina extraída de un cactus espinoso… y entonces dimos rienda suelta al alma guardada de artista y pintor. Con seguridad que el cuadro pintado no es algo que haya hecho revolcarse de envidia en su tumba a cualquier Maestro de la Pintura Clásica; sin embargo la dicha de volver en el tiempo trescientos años atrás y pintar tal como lo hicieron los jesuitas y los indígenas chiquitanos, es algo que no se me quitará jamás del corazón.

Allí mismo tuve la emoción de comprar el primer violín lomeriano de 21 centímetros (un reto que le había hecho en una anterior visita a Don Juan Bautista Parapaino Chuvirú, constructor de violines), que además de ser una miniatura perfecta es una verdadera joya misional, que no me canso de apreciar una y otra vez.

Después del almuerzo, y luego de un corto descanso visitamos la Escuela de Música de Instrumentos Nativos de Don Mariano Bailaba, quien además de enseñarnos a tocar la Flauta, el Pípafano, el Seco-Seco, el Yoresomanca y el Tyopux (es tocado previamente antes de tumbarse cualquier árbol, pidiéndole así el permiso respectivo al árbol para hacerlo) nos hizo deleitar con sus jóvenes aprendices de la hermosa música nativa lomeriana.