Güacanqui. El elixir chiquitano del amor

Al caer la tarde nos dirigimos hacia la Laguna de Las Garzas. En el sendero que conduce hacia el lugar se pueden apreciar una serie de plantas medicinales, mientras don José Chávez y su esposa doña Carmen Sumamí, nos van relatando de las diferentes bondades de cada una de ellas. Allí aprendimos que la corteza del Cuchi sirve para cicatrizar las heridas, que el corazón del Páture sirve para curar la catarata de la vista, que la cáscara del Tipa Sangre sirve para la inflamación del hígado, que el Jutobo sirve para la tos de ahogo y también aprendimos que el “Güacanqui” es el perfecto elixir chiquitano para el amor. Don José nos da la receta: “pique la raíz del “Güacanqui” bien pequeñita, luego mézclela con “calucha de Totaí”, y guarde la mezcla en un pequeño recipiente con aceite también de Totaí. La pócima está entonces lista para “güacanquear” a la persona que usted pretende enamorar. Y sigue relatando: “…cuando usted la vea venir, úntese un poco del preparado en sus manos y extiéndale la mano para saludarla, y si es posible también abrásela y frótele un poco del güacanqui por la espalda. Los resultados los verá en 20 minutos”. Entonces le preguntamos a doña Carmen, si su marido la “güacanqueó” y ella deja entre escapar una sonrisa picarona y responde: “Sí. Pero fue con el güacanqui del monte”.

Al anochecer escuchamos la misa, y luego de la cena, ameritando un buen descanso para asimilar tanta emoción, nos sentamos en uno de los bancos de la plaza; sin embargo si el visitante cree que las emociones han acabado, aún hay más. De repente aparece un grupo de jóvenes chiquitanos y nos brindan con sus violines, guitarras y el canto, en la mitad de la noche, un espectacular concierto de música profana, lugareña, típica del pueblo, la experiencia del patrimonio vivo, que se está perdiendo en los otros pueblos. La noche se prolonga cuando los cuentistas de leyendas se acoplan al grupo y comienzan a recordar las viejas historias, como las del Jichi y la Viudita.

Al día siguiente, nos despiden en la plaza con un grupo de niños danzando la danza típica del “Sarao”. Nos vamos emocionados, con ganas de volver una y otra vez. ¿Será que nos güacanquearon?.